earth, drought, ground

¿Qué podemos hacer para que Dios nos salve de la calamidad?

¿Dios salva a sus hijos de la calamidad? Es una pregunta muy frecuente entre los cristianos. Los devastadores terremotos, feroces huracanes y otros desastres naturales son cada vez más frecuentes. Muchos dicen que es parte del castigo de Dios a las naciones, por haber abandonado la fe y abrazar al pecado. Pero, ¿qué pasa con los creyentes que habitan las zonas de desastres?

Existe un caso muy reciente que podría arrojarnos luz sobre la respuesta a esta interesante pregunta. Durante el tristemente muy recordado tsunami del Océano Índico del año 2004, un grupo de cristianos de Indonesia se fue a celebrar el culto hacia las montañas, porque el gobierno local le había denegado el permiso para hacerlo en la ciudad. Mientras ellos adoraban a Jehová en las montañas, toda la costa era sumergida bajo las aguas.

En las próximas líneas, veamos personajes específicos que Dios salvó de la calamidad. Qué hicieron ellos para que Jehová los rescatara y qué recomienda la Biblia para que su favor esté con nosotros, incluso, en medio de la destrucción del lugar donde habitamos.

Las ciudades pecadoras son destruidas; Lot es salvado

Génesis 19:23-29

Génesis 18:16-22 habla del juicio que Dios ya había decretado sobre Sodoma y Gomorra. Lo que describe la base bíblica de hoy es la ejecución de dicho juicio. Sodoma se hubiera salvado si en ella habría al menos 10 justos, pero solo había uno: Lot, el amado sobrino de Abraham. El soliloquio de Jehová nos declara la razón de esta calamidad: «el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más». (Gen. 18:20).

Probablemente los pueblos y ciudades vecinas estaban sufriendo las consecuencias del desenfreno de Sodoma y Gomorra. ¿Por qué? El episodio de intento de violación homosexual de Gen 19:4-10 nos da una pista: estos incidentes podrían haber sido frecuentes entre los forasteros que llegaban a la ciudad. Y, es probable que el clamor sea de ellos.

Hermanos, en todas las etapas de la historia, incluso en la actual, han existido ciudades malvadas hasta los tuétanos, pero no sufren el juicio de destrucción divino. ¿Por qué? ¿Hay más de Diez justos en ellas? ¿No hay quien clame contra su maldad? ¿Las ciudades circundantes son tan o más malvadas que ellas, y la maldad ya se ha vuelto parte de la cultura? Por favor, contesta en los comentarios.

Los rebeldes son destruidos; los hijos son preservados

Números 16:22-35: 26:10-11

En toda la historia ha habido hombres presuntuosos, hipócritas y ávidos de poder. Muchos de ellos logran derrocar al gobierno de turno y hacerse con el gobierno de forma abrupta e ilegal. Trujillo en R. D., Pinochet en Chile, la Junta Militar en Argentina, la lista es muy larga. Pero las cosas de Dios no funcionan de este modo… Y lo deja muy claro en Su Palabra.

Moisés fue llamado a guiar y gobernar al pueblo de Dios en el desierto. Durante 40 años, el pueblo se rebeló varias veces, pero la de Coré, fue una rebelión con un objetivo muy ambicioso: hacerse con el poder. Números 16 narra el inicio, desarrollo y desenlace de estos hechos. Corrió la sangre de Coré; su séquito de 250 traidores; y la de 14,000 personas que no entendían el carácter divino de lo que pasaba.

Números 26:11 nos ofrece un detalle muy curioso: “mas los hijos de Coré no murieron”. En ninguna parte de la narración se menciona que los hijos de Coré acompañaron a su padre en su aventura. Entonces, ¿por qué abrían de sufrir las consecuencias por el pecado de su progenitor? Recordemos que la Ley Mosaica declara, en Deuteronomio 24:16 que los hijos no pagarán por el pecado de sus padres.

Nadie vio morir a Coré. Su juicio y sentencia se ejecutaron en segundos. Dios lo hizo bajar vivo directamente al Seól, mismo lugar que espera a los malignos de esta generación. Su tristemente célebre rebelión lo hizo merecedor de compartir el mismo cetro maldad de hombres de la talla de Caín y  Balaam. (Santiago 1:11).

Jerusalen es destruida; Ebec-Melec vive

Jeremias 38:7-13; 39:15-18

En el contexto del tema, la recompensa es un incentivo o premio que se da a alguien por haber hecho algo valiente a favor de una causa justa. Hoy hablaremos precisamente de esto. Luego de profetizar la caída de Israel y recomendar su rendición ante los babilonios, Jeremías se ganó muchos enemigos. Entre ellos, Sefatias, Gedalias, Jucal y Pasur, quienes se encargaron de perseguir, azotar y apresar al profeta.

Incluso, lo metieron en un pozo, con la intención de dejarlo morir de hambre. Pero Ebed-Melec, un eunuco etíope de la casa real, logró convencer al rey de que sacaran a Jeremías del pozo y se le suministrará alimentos. Las escrituras nos muestran que tanto el grupo de enemigos de Jeremías como el eunuco obtuvieron su pago. (Romanos 2:6).

De hecho, Jeremías profetizó la calamidad para Pasur y sus amigos (Jeremías 20:4-6). Lo que en efecto ocurrió (Jeremías 41:16). Ebed-Melec, al contrario, fue recompensado: los caldeos le preservaron la vida. Cuando el eunuco Ebed-Melec apeló por Jeremías ante el rey pudo haber corrido la misma suerte que su defendido, pues se enfrentaba a los poderosos líderes de la nación. Pero Dios siempre escoge a hombres valientes para que actúen a favor de sus hijos, y los recompensa (Gálatas 6:9).

Arrepentirse y creer en el evangelio: la vía de la salvación

Marcos 1:9-15

La narración de Marcos es muy rápida. Resume una serie de acontecimientos importantísimos, en tan solo seis versículos. Extrae los momentos más transcendentes y se detiene en los detalles imprescindibles. De hecho, podríamos asegurar que el versículo 1:15 es el resumen de todo el Nuevo Testamento: “el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”.

Jesús vino a recibir el castigo que le correspondía a la humanidad. Cargó en sus espaldas los pecados de miles de millones de personas. Los lavó en la cruz del calvario para que todos tengamos acceso a la salvación. Pero debía comenzar con un acto simbólico: el bautismo. Primero el de la sumersión en agua. Y, de inmediato, el del Espíritu Santo. Predicó con el ejemplo: vivió como hombre… Pero como deberíamos vivir los hombres: una vida sin pecado.

Le recordó a la gente su naturaleza pecaminosa (Juan 8:1-7). “Arrepentíos” fue una palabra clave de su ministerio. Porque sin el arrepentimiento nadie verá al Señor (Lucas 15:7). Doctrina refrendada por sus discípulos como la necesaria “confesión de pecados” (Hechos 3:19; 1 Juan 1:9; 2 Pedro 3:9). Pero el arrepentimiento, por sí solo, no es suficiente. Luego hay que creer. Producir frutos de arrepentimiento. Testificar nuestra fe. Y predicar el evangelio. Solo a los que Cristo encuentre enfocados en estas cosas, serán salvos.

Arrepentirse o morir: no hay opción

Lucas 13:1-5

No existen niveles de arrepentimiento. Tampoco un grupo de personas que por su raza, cultura o nivel social deban arrepentirse antes que otros. ¡No! Todos tenemos que arrepentirnos inmediatamente somos conscientes de pecado. Lo contrario es la muerte.

En Lucas 13:1-5, Jesús utiliza dos acontecimientos recientes para ejemplificar la doctrina del arrepentimiento. Advierto que no tenemos registros de los acontecimientos citados por el Maestro en este pasaje. Sin embargo, para lo que quiere enseñar, eso es irrelevante.

Lo importante aquí, es que Vladimir Putin, el presidente de Rusia, no es más culpable que quien dijo una mentira ayer, para que no lo cancelaran del trabajo. Tampoco el hecho de que la ministra de la mujer esté promoviendo el aborto y otras abominaciones, la hace más culpable que quien se reunió con su amante en esta semana para seguir entregándose al adulterio.

Sin importar lo pequeño o grande de nuestro pecado, TODOS debemos proceder al arrepentimiento. El pecado nos hace merecedores de la muerte (Romanos 3:23). Pero, desde el Antiguo Testamento Dios dejó un procedimiento muy específico para ser perdonados, y vivir: “Y si el malo se arrepiente de su pecado, cumple mis leyes y hace justicia y buenas obras, entonces también será inocente y se le permitirá vivir. No será condenado a muerte”. (Ezequiel 18:21).

Ejemplos del juicio de Dios

2 Pedro 2:4-9

Con la paciencia que tuvo con Jerusalén, vemos la misericordia de Dios de una forma que nuestra mente no tiene capacidad de comprender. Pero las mismas escrituras nos muestran que su paciencia tiene un límite (Deuteronomio 1:45) y que el juicio sobre los impíos es inevitable. Ante esta verdad, tenemos un gran problema: los hijos de la luz cohabitamos con los hijos de las tinieblas. ¿Raerá Jehová a los pueblos y ciudades pecadoras sin rescatar a los justos que vivimos en medio de ellas?

Durante los tres primeros devocionales abordamos tres ejemplos del juicio de Dios. Tres ciudades arruinadas (Sodoma, Gomorra y Jerusalén); y una rebelión pulverizada en un hecho digno de una buena película de Holiwood, basada en hechos reales (Dios hizo descender a Coré y sus secuaces al Seól). Pero, más adelante, esta guía de devocionales nos muestra como librarnos del juicio de Dios mediante el arrepentimiento.

En ese mismo tenor, en 2 Pedro 2:4-9, el apóstol Pedro cita tres hechos bíblicos para demostrarnos cuan misericordioso es Dios para con sus hijos: la caída de los ángeles rebeldes (Isaías 14:12); la destrucción del mundo mediante un diluvio, mientras preservó la vida de Noé; y, la destrucción de Sodoma y Gomorra, luego de salvar la vida al único justo que habitaba en la zona, Lot. La Biblia no deja lugar a dudas: Dios tiene una precisión milimétrica para salvar a sus pepitas de oro que conviven con los gusanos del fango cenagoso.

¡Si te gustó, comparte!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio